Por Valentina Hernández
Ella lo ha visto mil veces en el pasillo de la universidad, en juntas y en fiestas de juventud, lo conoce y se ha reído con él, no son tan cercanos, pero lo quiere como quien quiere a ese amigo pasajero que deja buenos recuerdos en su vida.
Él, por su parte, la ve como su amor platónico. En tiempos pasados buscaba llamar su atención y la admiraba, pero nunca había pasado algo más, la quiere como quien quiere a un amor imposible.
La vida no planeaba juntarlos nuevamente, se iban a topar un par de veces más, se abrazarían, hablarían un rato y se desearían buena suerte. Pero el destino no contaba con una pandemia que llegó el año 2020, una enfermedad que se propaga por el mundo cambiando los planes y el estilo de vida de cada uno en este planeta.
Debido a la pandemia ella tuvo que suspender su viaje a Europa. El virus se expande con rapidez, especialmente en el viejo continente y en Irlanda, su país de destino. Con pesar, desarmó su maleta y volvió a la casa de sus padres. No tiene trabajo y su sueño se queda postergado hasta nuevo aviso.
Él pasa el día cuestionando su vida. Su trabajo lo agobia y no le hace sentido. El día a día se está tornando una tortura. Pasa metido en sus libros, no se concentra en su trabajo y busca toda alternativa para ignorar la realidad.
Han sido difíciles los primeros meses de pandemia. El encierro es inesperado y complejo de entender. Pedir permiso para salir a la calle se siente absurdo, pero no hay alternativa. La vida normal como se conocía pasó a ser parte del pasado, las pantallas se volvieron indispensables, los amigos, familiares y compañeros de trabajo están allí. Carretes, cumpleaños y juntas por telellamada, esa opción que siempre ha estado ahí y que se ignora casi todo el tiempo, está siendo el centro de todo. La interacción humana disminuye drásticamente y la vida social aún más.
Mientras la pandemia avanza, el destino no sabe que hacer, sus planes se desarman completamente, generando un desorden a nivel mundial. El destino está cambiando el rumbo de todos y está trazando un nuevo camino para cada habitante de este planeta. Se cancelan bodas, se suspenden viajes, los conciertos se van a streaming y los museos se pasean desde un celular, a la abuela se le llama por whatsapp y al supermercado se entra por turnos.
Para el amor, el destino está desesperado, ha tenido que crear historias virtuales para poder soportar la presión social y no dejar de lado uno de sus pasatiempos preferidos: juntar parejas al azar y dejar que todo ocurra.
Ella es una fan de Instagram, pasa harto tiempo del día deslizando esa pantalla sin fin en busca de algo para reír o simplemente mirar. No le gusta la cantidad de horas que pasa allí, cree que debería hacer algo mejor, pero está sin trabajo y en pandemia, no queda mucho que hacer.
Y así es como empieza todo, él comenta varias de sus publicaciones, bromeando y debatiendo, señalando lo que le gustaba y lo que no. Ella, con el mismo cariño de siempre le responde, se ríe y le discute, pero lo ve como una conversación más en las redes sociales. Es en ese instante cuando el destino interviene y convierte todas esas conversaciones en una sutil coquetería, ella pasa de querer un like a saber más de su vida. Él ya no quiere solo estar en Instagram, anhela encontrarse con una foto de ella, para poder halagar o simplemente comentar algo sin sentido.
Los días pasan y las conversaciones son cada vez más intensas. Ella quiere saber de él. Está pendiente y siente ese nerviosismo bueno cada vez que ve su nueva publicación. Él se está transformando en un experto en identificar qué llamará su atención, si la película que comentó la semana anterior o algún dato perruno que le pudiese gustar. Sus publicaciones dejaron de ser al azar y están perfectamente dirigidas.
El amor está a flor de piel, los mensajes de ida y vuelta los mantienen atentos y ansiosos, sensaciones que crecen cada día más. Las ganas de besarse ya empiezan a ser incontrolables. La picardía aparece y se esparce por esos teclados, es evidente el deseo del uno por el otro.
Y así, las conversaciones van subiendo de tono. Ya no hablan de sus días o de la serie que están viendo. Por ese chat fluye la pasión que no se puede concretar en persona. Las ganas de juntar sus labios se transforman en frases sensuales de madrugada, que pueden escribirse cuando ya todos duermen y cuando no hay tabúes para todo eso que sienten. Las imágenes recorriendo sus cuerpos pasan por sus mentes y el calor traspasa la pantalla.
El amor virtual se convierte en sexo virtual, describiendo al detalle sus pasiones, sus deseos y sus imaginaciones, pueden sentirse sin tocarse. Cada instante es un escenario distinto para dejar fluir su imaginación y romper la barrera que los separa e impide juntar sus cuerpos. Partieron intercambiando mensajes y de a poco vino el intercambio de fotos, de esas que duran unos minutos y se van. El miedo de enviar tal intimidad la aterra, pero confía en él. Las conversaciones siguen hasta las cuatro o cinco de la mañana, es todo muy intenso para ver el reloj. Terminan, literal, con un orgasmo intenso y virtual, logrando sudar y gemir de pasión.
Las despedidas son rápidas, tal vez por el temor de la clandestinidad nocturna y al día siguiente la conversación se inicia nuevamente, no con un “buenos días” como ella espera, simplemente se reinicia.
Para él las dudas continúan, sobre su vida y el amor. Se permite sentir, de vez en cuando, no solo la pasión que ha sentido las últimas noches, sino un extraño amor que quiere esconder, que lo hace dudar si dejarlo fluir o frenarlo, no lo decide aún y lo más probable nunca lo hará. En su vida no hay estructuras, ni hay mucha claridad, solo una sensación latente de querer escapar.
Mientras las conversaciones de rutina siguen, ella nota que algo sospechoso ocurre. Él no responde las historias tan rápidamente como antes y ya no hay tantos momentos de conversación. Se siente extraña. Todo esto pasa mientras cierra una oferta de trabajo, una excelente oportunidad para llenar su mente y desocuparla de preguntas que por el momento no tienen respuestas.
Para él, los días son cada vez más oscuros, su trabajo se está tornando una pesadilla y para canalizar su rabia y su falta de interés trabaja de vez en cuando y pasa las tardes elaborando su plan de escape.
Ella lo espera, por las noches vuelve a Instagram, cada vez con menos esperanza de lograr esa deseada conversación. Por momentos se odia por tratar de buscarlas y estar pendiente. Abre y cierra la aplicación, espera noches enteras por un mensaje o publicación que le permitiera saber algo de él. Se desespera, se aguanta las ganas de llorar, se desafía a mantenerlo cerrado por unas horas soñando con la posibilidad de que al abrirlo tendrá un mensaje.
De él, no se supo más. Ese mensaje jamás llegó.