Por Esperanza Fuentes
No podré aburrirme de la palabra Parral
hasta que acabe de desahogarme.
He vuelto,
aquí estoy
oyendo los perdones salir de la boca de mi madre con cada paso que da.
¿Puedo reconciliarme con la palabra escrita si nunca la he leído de una parralina?
Hilar palabra por palabra
en un universo de palabras
que yo no inventé
pero que sí escogí.
Yo tengo la aguja
la saco de mi garganta con delicadeza
Me bordo plumas
Apuesto a que con cada palabra que saco
disminuye el dolor de cabeza
que me da el ahogo del encierro
y el olor a pachulí de los inciensos que alguien prende en la mesa del comedor.
Esta es mi pieza
hay algo que la mantiene unida a la casa
y es ese olor.
Tengo que escoger entre aguantarlo
o abrir la ventana y ventilar, pero sentir el frío.
Algo así es, para mí, la escritura
Me abro las entrañas para que el viento cambie el aire
o me ahogo entre las cenizas.
Abro la ventana
y corro el riesgo de lanzarme,
de que las cien aves ocultas salgan volando de mi cuarto
o peor
que sea mentira y no haya ninguna.
Por eso no la abro tanto
no la abro hace tiempo
me asusta que se esfumen con mis ideas
que salgan todas
y me dejen solx.
El ave quiere salir
mi pulsión de gritar es atraída por el papel
cada letra un respiro.
II
El viento trae el llamado santiaguino a cacerolear
porque en Chile se nos pegotean tantos dolores.
A mí me hierve la sangre porque aquí parece como si a nadie le importara.
No hay convocatorias en la cuna de Neruda, no hay convocatorias en la tierra de Colonia Dignidad, no hay convocatorias en la tierra del femicidio de Uberlinda Leiva, cuyo cuerpo acabó flotando en el río.
¿Dónde está la rabia?
Me autoconvoco a cacerolear al techo
mar de zinc
que me devuelve
el eco.
Caceroleo al vacío
¿alguien oye además de mí?
La primera persona que oye la cacerola es siempre una misma.
La protesta es contra mí, también.
Hazte caso
da valor a tu grito
que el viento acarrea los mensajes
y el llamado es atendido
unas casas más allá.
Me gustaría escribir que durante este ritual nocturno
se han sumado cientos de ollas
pero no.
Somos dos extrañas
caceroleando al silencio
caceroleando al vacío
caceroleando a la luna
por dejarnos atrapadas
donde penan sólo las ánimas.
III
Mi madre fue quien descubrió que podemos subir al techo
Ha dejado la escalera a mano
así que comenzamos a hacer la vida ahí.
Anhelamos la soledad por un rato,
para ella nunca hubo cuarto propio.
Subiré mi colchón
nos mudaremos al techo
pondremos maceteros con flores
y tomaremos el té de media tarde.
Pero papá nos paró en seco la fantasía.
Que es peligroso, que no nos podemos subir en pantuflas
y es solo entonces que recuerdo mis once años, con mi hermano de ocho
cuando descubrimos que del techo de mi abuela
podíamos saltar hacia el colchón de hojas acumuladas por los árboles.
Pasamos largas tardes
saltando una y otra vez cielo abajo:
Uno. Contener la inhalación
Dos. Tomar impulso
Tres. Contraer los músculos
Cuatro. Punta de pies
Cinco. Saltar
sin mirar abajo
a veces, gritar.
Con los ojos cerrados quizás volaremos.
Pero la tía Ceci nos pilló
nos bajó de un ala
y escondió la escalera.
Hoy he vuelto a subir.
Aquí estoy más cerca de la nebulosa que enrojece mis mejillas por el frío.
Se ha cortado el agua de la llave
he bebido lluvia que recolecté
y he tragado tierra
con el nudo de mi garganta.
He vertido
lágrimas tibias
como quien toma una poción
para lograr sacar las penas
que me cristaliza
la brutalidad
en que vivimos.
Como canta la Sara Hebe,
tengo tantos muertos a mi alrededor
que no sé para qué lado llorar.
Crecer aquí es aprender a aguantar el llanto
porque si una abre esa triste puerta
entonces no habrá represa
capaz de contener esa angustia que llevamos todas a cuestas.
¿Cuántas muertas se sumarán este invierno?
¿cuántas muertes sumará el encierro en casa?
Podría cacerolear todos los días
podría cacerolear una vida entera
pero no quiero pedir más nada al Estado,
es defraudarse de antemano,
no tiene nada que yo quiera
nunca voy a estar conforme con lo que ofrezca
ni será suficiente reparación.
¿A quién le exigimos justicia, entonces?
¿Qué pasa si todas llevamos nuestros colchones al techo?
nos disecamos
o nos transformamos en bandada
Esperanza Fuentes:
Esperanza Fuentes (Parral, 1999). Me interesa escribir desde el lugar en que mis pies tocan la tierra.