Por Paloma Llambías
Esta carta la empiezo brindando con una copa llena, mitad vino blanco, mitad agua mineral con gas. Antes de Alemania no se me habría ocurrido nunca ponerle agua al vino, aunque con ustedes me tomaba sin pensar el tinto en caja con coca cola en el bandejón central de la Alameda antes de entrar bailar. O de lo que fuera. Nos tomábamos también de las manos y de la boca, de las ropas del Fore y de Bandera, de los deseos, de la ganas de explotar el mundo, y nosotros con él también.
En el aeropuerto lloraba mi papá, mi hermana, mi mejor amigo con su pololo, mi pololo y alguien más. Me temblaban las manos de la emoción, pero no los ojos. También me costaba respirar, pero veía todo muy claro. Santiago-Frankfurt en un avión gigante, al fin después de diez años.
Los mejores viajes fueron con ustedes, en una micro fumando cigarros al ritmo del beat-box, la cumbia o el reggaeton, sentados bien atrás por si nos gritaban antifas o maricones. Tomando siempre demás, íbamos anestesiados por Santiago en busca de brit-pop y otras canciones raras en inglés o francés que no sabíamos pronunciar. Los besos fugaces, los gritos por las veredas y la completa irreverencia de nuestros cuerpos que vibraban como estroboscópicas en las discos de la capital. Ahí fuimos mágicas, altas como pájaros.
Cuando llegué a Alemania empecé una libreta mental de todos mis malestares, pero como la guardo sólo en mi cabeza no he podido hacer listas. Los dolores no aparecen por orden, ni por fechas, porque ahí dentro se archiva todo de las maneras más extrañas. Un día un dolor punzante en el oído, después el dedo anular de la mano derecha que se adormece cada vez que ando en bicicleta, el nervio ciático que ataca de vez en cuando, los mareos después de largos días de trabajo y sin falta, dos días al mes el dolor enceguecedor de las contracciones uterinas.
Un día empezamos a escribir nosotros con x, y me bautizaste de Damián. Podíamos ser lo que queríamos, podíamos ser jóvenes y niños, tomar decisiones de adultos, nos reinventamos sin parar. Ahora tomo vino con agua mineral con gas y siento culpa del exceso, de todo lo que está demás. ¿Les conté que el año pasado me casé y que incluso a veces soy feliz?
En el Arturo Merino Benitez lloraba mi papá, una amiga y alguien más. Me temblaban las manos de la emoción, pero no los ojos. También me costaba respirar, pero veía todo muy claro.
Desde hace un tiempo me duele todo, sobre todo cuando llega Sebastian a la casa. A la mamá de Sebastian también le duele todo cada vez que llegamos a su casa y a mi mamá cada vez que la llamo por whatsapp. Se podría pensar que es la distancia la que duele en las articulaciones sin fallar por las noches, o tal vez la ausencia.
En nuestro mundo barroco nada sobraba, nada. Nunca faltaban los abrazos, ni los llantos, ni las risas, o los cantos. Lo teníamos todo, porque los tenía a ustedes, amigxs con x. Éramos infinitxs.
He deseado más de una vez estar terriblemente enferma. Google sabe bien de lo que hablo: Dolor en el lado derecho abajo del estómago. Dolor anestesiante que baja de la cadera a la rodilla. Dolor y sequedad en los ojos. Corazón acelerado al dormir. Enrojecimiento y granos que pican en la piel intermitentemente. Después de horas de lecturas en papers científicos elijo el diagnóstico que más me acomoda. ¿Si un día no pudiera mover el cuerpo de dolor me vendrían a visitar?
Otra vez el aeropuerto. Ahí llora un montón de gente por los que se van, pero a mi ya nadie me va a buscar ni a dejar. Entonces me tiemblan los ojos y lloro con una lágrima todo lo que no me he atrevido a llorar.
La copa ahora media vacía, porque se vacían igual las copas cuando ustedes no están. Y se escriben textos que son cartas, que son todo lo que ya no somos, amigxs.