Por Paulina Contreras
En un viaje al pasado la veo a ella en un hogar tan normal como lo era en esa época para todo el mundo. Un padre que trabaja toda la semana y apenas veíamos el fin de semana. Una madre abnegada por cumplir todo lo que el mundo le pide: una casa brillante, un sabroso almuerzo, la ropa más reluciente sacada recién de un lavado en artesa y tendida a pleno sol. Estas imágenes eran la evidencia más clara de que el escenario era perfecto para su llegada.
En mis rosados 8 años, ella sería la más bella de todas mis muñecas, a la que tendría que cuidar y para quien tendría que preparar esas papillas con sabor a zapallo que tanto recuerdo. La esperaba y finalmente llegó. Lo que parecía ser un cuento de hadas poco a poco fue tomando un color extraño y cada vez menos comprensible en este hermoso y perfecto hogar. Quizás nunca fue hermoso, quizás tampoco fue perfecto, pero según recuerdo estaba contenta.
Mi felicidad era ella, fuimos inseparables hasta que soltó mi mano. Su esencia no era precisamente la dependencia. En estas imágenes la veo ahí, revolcándose en el suelo, gritando, pateando todo y me veo a mí tratando de entender el motivo del escándalo del día.
Un día no la conocí, la ví como a un gato trepando la reja y cuantas otras peligrosas hazañas que tal vez más adelante pueda detallar antes que me pierda en el foco. Ahí comenzaron nuestros tirones de pelo, zapatos voladores y toda mala y despiadada palabra llena de rabia. ¡Lo peor de esto es que tenía la misión de cuidarla!.
A sus ojos siempre fue la intención de negarle todo, a los míos, seguirla hasta el fin del mundo para que no pusiera sus pies en el camino equivocado.
Me parto en dos al ver sus lágrimas, el castigo en su cara y la rebeldía aflorando. Pareciera que para algunas personas es tan fácil esta relación llena de amor, cariño, comprensión y compañía. ¿Por qué para nosotras resulta ser toda una tragedia?
Por momentos me imaginé con ella marchando de la mano, con un pañuelo verde mostrándole un mundo diferente.
Es complicado escribir de ella, pero tan necesario y liberador que realmente espero algún día, quién sabe si más temprano que tarde, me decida a enviárselo y tal vez, después de tantos años, al fin pueda comprender el mensaje visto desde unas letras impresas que nacieron de un taller experimental.
Insisto en abrir su corazón, porque al abrir su boca lo único que se asoma son tantas y tan absurdas mentiras. Todo es tan perfecto y tan falso. Realmente me pregunto si lo correcto es seguir en su mundo. ¿Debería salir?
Nos enseñaron que la unión sanguínea, la hermandad y todo ese bla bla bla son incondicionales, pero ¿qué hacemos cuando nos hacemos daño la una a la otra? No es tan mágico como me dijeron.
Aprendimos a estar juntas (a nuestro modo), pero no a querernos. Eso no quiere decir que no lo hagamos, aunque de alguna forma tenga que romper esa capa de miedo para ver si algo de mi calidez la toca. Ahora quiero remarcar que esta calidez no es algo que corra por mis venas desde que llegué a este mundo, sino unos cuantos porrazos, pérdidas innecesarias, distancias y quizá cuanta cosa que tuve que perder en el camino para tener “algo” de ella. A pesar de todo, no la culpo.
Le aburrieron mis discursos de buen samaritano. Me lastima su indiferencia, su auto flagelo y la carrera directa a ese cáncer que no quiere tratar.
Otro día se fue y la perdí de vista.
Otro día volvió y le di mi mano, le di mis brazos, mis piernas y todo lo que tenía en ese instante para ver su sonrisa. No pasó mucho tiempo, se volvió a ir.
Hoy en especial la recordé, no sé si será por la noticia de los últimos días que aparece en todos los medios respecto a los niños que escaparon del SENAME o por la cantidad de marihuana que fumé anoche. Estoy segura que sus carencias no eran las mismas, pero en cierta forma muy relacionadas.
Aún existen recuerdos vagos que espero, en la medida que siga escribiendo estas líneas pueda ir desbloqueando. No sé si a alguien más le pasa, me imagino que sí. Después de todo, algo de cierto tiene que tener la ciencia, la meditación, la psicología o cualquiera de estas prácticas que he buscado para entenderla.
Una luz cegadora como diría Silvio, la trae de nuevo a mi mente y la veo ahí, escondida entre madera y silencio, entre metales y cordeles.
Quisiera saber si fui cobarde o sólo seguí una enseñanza, pero la extraño con sus ataques de histeria y demencia.
Ambas vimos esa violencia clandestina, y digo clandestina porque suena como el secreto a viva voz que circula en toda la cuadra. Ese recorrido por la población con un escudo imaginario para que las balas nocturnas y las peleas callejeras no nos alcanzaran, eran tan cotidianas como ir a comprar el pan donde Don Pancho.
Me convertí en pared bloqueando esas manos, esos pies y ese cuerpo descontrolado tan dañado como el suyo para que no la encuentren.
No nos alcanzaron las balas ni las peleas y aquí estamos tratando de encajar.
Mi último recuerdo, sus palabras tristes, su hostilidad conmigo y con la vida, pero aquí voy nuevamente con una invitación. Tengo mis expectativas bajas, pero me concentro en cada paso.
Otra oportunidad, de tantas que ya hemos intentado, se inicia una vez más en este pandémico escenario.
La distancia social nos hará un favor.