Por Candelaria Ramales
Niñas pirómanas es el testimonio de las ruinas que un fuego impío dejó. A través de ocho relatos se acude al escenario del horror y el dolor que el olvido intenta apagar. Desde el relato breve “Lo indomable”, en donde lo humano se enfrenta con su otredad salvaje, hasta “El futuro”, en donde el deseo y el secreto se dejan ver por un delgado resquicio, Dana Lima explora una lengua prístina, delicada y verdadera para construir las cenizas de este fuego singular.
Niñas pirómanas es un lugar, el lugar en donde se ejecuta una danza macabra. En primer lugar, pienso en los personajes que lo configuran. Son todos ellos personajes que hablan la lengua de quienes han sido heridos, y toman la palabra para vengarse y tomar el poder de quien es capaz de provocar el incendio definitivo: “che, la casa abandonada, dije, quiero prenderla fuego”, dice una de las integrantes del trío galleta, de repente, frente al mar. Como si la medusa por la que fue picada le hubiera inyectado un veneno delirante.
Dana Lima muestra así, o responde, mejor dicho, a la pregunta de cómo contar a partir de un lugar, de esos lugares que de tan familiares no podemos percibir lo que de oculto tienen: la casa familiar, Mendoza, el parque de los perros. Y como no parece haber respuestas tranquilizadoras, Lima lo enrarece todo. Pero antes, quisiera detenerme en qué significaría hoy, desde este mundo y tiempo lo suficientemente enrarecido, sostener la lectura de lo raro en Niñas pirómanas, y cómo esta narrativa habla de lo que nos va identificando hoy en nuestras luchas e identidades latinoamericanas. En principio hacer hablar la lengua de una mujer que, aunque temerosa, se pronuncia, y dice: “pienso que no tengo la pinta de una potencial víctima de ataque, no poseo ese aspecto frágil, vulnerable”. Lo que quiero señalar es que, aun cuando las tramas hagan luchar los cuerpos contra algo, existen las voces de mujeres firmes que se sostienen: Ivanna, Marina, Lourdes, Maite, son mujeres que, con mucha lengua hacia su interior o bien, hacia afuera, y también discutiendo con sus madres, rompen legados pesados que sobre los débiles antes cayeron.
Mujeres de distintas edades que en este libro hablan como en secreto, o de forma monológica, pero hablan y no son habladas a través de nadie, nos ponen en lugares un tanto enrarecidos, y quizá eso por momentos nos molesta, nos jode. Mark Fisher en Lo raro y lo espeluznante señala que lo raro “es un tipo de perturbación particular. Conlleva la sensación de algo erróneo: una entidad rara o un objeto que es tan extraño que nos hace sentir que no debería existir o que, al menos, no debería existir aquí (2016: 19). Lo que quiero sugerir es que la narrativa de Dana Lima se apropia de un espacio a través de su lengua, recorre espacios y recorridos alucinantes, y eso es haber logrado mucho dentro de nuestra literatura sureña. Dana Lima trae lo raro para instalarlo como un tejido narrativo. Problematiza y pone en jaque a las figuras de poder que para nuestras consciencias representan la familia, los mandatos sobre nuestros cuerpos, los terribles lugares a los que fuimos arrojados, los lazos entre madre e hija: “Ella – mi madre– me miró descolocada y me dijo ándate.” Entonces, este libro se va y camina y dice.
Lo raro y extraño en estos relatos, no es el hecho de que una alpaca embalsamada se pronuncie viva, no; es que hay una protagonista, Lourdes, que indaga en su historia familiar, se hace preguntas y descubre que, por ejemplo, nuestra historia personal está construida de dolores que una historia cínica borró, o eso ha pretendido. En un diálogo entre madre e hija sobre el tío Antelmo, se dicen: “a tu tío Atelmo le mataron la novia los milicos. Por eso se tuvo que ir. En esos años si no te ibas te pasaban la limpia. […] dijo, mientras contemplaba el amanecer”. Niñas pirómanas hace hablar a las ruinas que nos ha dejado tanto fuego.
Decía también, al principio de este texto, que el libro de Dana Lima es la historia de un silencio. En “El futuro” el silencio es el centro de la narración mientras se desenvuelve el discurso erótico que puede producir un paisaje, el olor de una comida, el color de los árboles bajo el cielo mendocino. Ahí, la tragedia reciente familiar se trata de ocultar, se cuenta entre secretos mientras los cuerpos de Claudio y Maite mantienen su deseo trayendo al presente ese cuerpo que ya no está, el de Cristóbal. Así, lo que quisiera señalar es que Niñas pirómanas es también un entramado de diálogos verdaderos y mordaces, irónicos y tiernos, que se sostienen sobre escenarios a los que todo lector querría acudir, como el jardín pintado por Bosch, pero en donde siempre, ineludiblemente, se esconde otra cosa, algo que mejor hemos de olvidar.
Pienso en este libro como un entramado de historias que es una sola, como una novela eterna en donde la lengua del silencio siempre dice algo más, un absoluto enrarecido. Cada uno de nosotros guarda en sí el inicio de un fuego, el fuego o aquello que ya ha sido.
Sobre la autora de la reseña: Candelaria Ramales nació en Oaxaca, México en 1990. Es licenciada en Letras y profesora de
Literatura, egresada de la Universidad de Buenos Aires. Escribió el libro de relatos La alegría de
los santos (2019), por la editorial Indómita Luz. Actualmente da talleres de lectura, investiga,
escribe, lee.