Por Trinidad Perinetti
Siempre me ha provocado gracia la frase “te irás de este mundo como llegaste: solo”. Yo no llegué solo, obra y gracia de la medicina de fertilización, pero así como sé que sola no llegué al mundo, me pregunto quién morirá conmigo. Es duro nacer de a par, más aún si además debes compartir rostro con esa otra persona. Esta carita es mía, me la quieren quitar.
Sí, somos hermanas, sí, nos parecemos mucho, no, no somos lo mismo, no, no leemos nuestros pensamientos, ni siento lo que ella siente. El problema no es tener una cara, sino es que otros la miren y hagan comentarios de ella. Y no me han tocado tan buenos comentarios. Quizás me he fijado en puras cosas que no me gustan, quizás la gente comenta sin pensar. Tal vez es como una fórmula matemática “menos más menos igual más”. Pensamiento de mierda + comentario de mierda= algo por escribir, y escribir siempre será positivo.
Por algunos días he estado pensando en las palabras. Veces anteriores había pensado y armado algunas que me gustaba como sonaban o lo que me provocan más allá de su significado, como las palabras “anagrama”, “cuezco”, la palabra “linda”. Palabras en conjunto como “voy a verte” o “tomarse tiempo”, pero esta vez no he pensado en armarlas ni oirlas, menos leerlas, porque hay palabras que no deberían ir juntas, como “mujer” y “desaparecida” o algo peor como “mujer desaparecida es hallada muerta en Valparaíso”
A Valentina la conocí en mi adolescencia, en una escuelita de circo a la que íbamos. Me acuerdo que cuando era menos adolecente la volví a ver y me daba miedo, ella era muy ella y yo era muy poco yo, como si ella fuera una gran palabra como “grito” o “abrazo” y yo más bien como una pregunta: “¿quién?” “¿dónde?”.
En estos años no había vuelto a ver a Valentina hasta hace poco, estaba su cara en una red social junto a palabras injuntables: “mujer desaparecida es hallada muerta”
Pienso que si existe un límite entre las palabras e imágenes sería este, donde hay un abismo de sentido entre sí, donde las palabras que leo se repelen inmensamente con la foto del rostro de esta persona que apenas conocí, hace tanto tiempo.
Este no es mi duelo, sin embargo, sé que esas no son las palabras de Valentina ni de ninguna otra mujer o niña. Varios años han pasado, yo ya me siento más como una palabra completa, quizás hasta varias frases juntas.
Mi primera experiencia de desamor con la escritura fue a los nueve años. Recuerdo que gané un premio por un cuento sobre un niño que se sentía solo y de cómo encuentra la amistad en un perro mágico o algo así.
Me acuerdo que en el momento que me iban a dar el premio, la tía Paola, pensando que la quería molestar, me decía que me quedara callada en mi puesto. Me acuerdo que cuando me nombraron ella entendió por qué la estaba estorbando tanto.
Recuerdo que ella no me creyó. No me creyó que lo había escrito. Me acuerdo que yo le creí.
Escritura, te amo y te odio.
Te tengo envidia.
Te quiero tanto que me dai miedo.
Porque te tengo en un altar.
Porque te puse en un altar.
Porque puedo decir lo que no puedo contigo.
Porque me consuelas la pena.
Porque me acompañas.
Porque es como llorar.
Gracias palabras, las quiero mucho.
Cuando me dijiste que ya no querías seguir conmigo me dio mucha pena y por primera vez supe lo que se siente que se te rompa el corazón, aunque más que una ruptura de corazón sentí que habían partes internas de mi que se escapaban y no las podía retener en el sitio donde iban, como una estampida o una avalancha, avasallante.
En la tarde del día que me dejaste fueron mis amigas a verme y vimos videos de reggaetón en mi computador, me sorprendí que habían unos muy bien hechos. También creo que pedimos algo de comer, pero ya no me acuerdo qué.
En ese tiempo yo cuidaba dos tortolitas a las que terminé amando, aprendí mucho de ellas, le perdí el asco a la caca de ave y nos hicimos compañía. Yo era su persona y ellas eran mis niñas.
Sentí algo similar a lo que sentí cuando me dejaste, cuando tuve que dejarlas. Al menos ellas fueron libres. Me pregunto si se habrán dado cuenta todo lo que las amé. Ahora, cada vez que veo una tórtola pienso si será alguna de ellas.
Tiempo después, en la casa de mi papá, mi sobrina rescató una tórtola que fue mordida por una de nuestras perras. Le dejamos comida y agua, pero eso no evitó que más tarde agonizara. La sostuve en mis manos mientras moría y me pregunté si sería alguna de las tortolitas que cuidé, que por alguna hermosa coincidencia terminó su vida abrazada a mi pecho, igual como cuando la encontré.
Después de que me dijiste que ya no me querías, pensé que qué lástima no haber podido mostrarte mis calzones nuevos. En ese momento eran los más lindos que tenía, ahora su tela está gastada y manchada de sangre menstrual.
Después de eso me hubiese gustado contarte algunas cosas, hasta hoy en día me gustaría poder hacerlo.
Ahora que me acuerdo, la tarde que me fueron a ver mis amigas, no pedimos comida. Les di pan con queso y la Leslie dijo que te ibas a arrepentir de dejarme, y así fue, pero yo en ese minuto fantaseaba más por reencontrarme con mis tórtolas que contigo.