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CuentoEscritura

Tengo sueños lúcidos sobre el mar todas las tardes de domingo

by Juana Balcazar agosto 16, 2024

Por Catalina Pola 

Me encuentro entre los pétalos, en el último momento de sol al atardecer. Me siento en la costa, y solo existe el ruido del viento en mis oídos. Tengo los labios pegados entre sí, como mis muslos contra mi pecho. Simulo ser una piedra, otro granito más de arena o la pluma perdida de alguna gaviota lejana. 

El ir y venir de la marea es hipnotizante, se mece como una cuna y arrulla al chocar contra la tierra firme. Va y viene, susurrante, suspirante, salada. Se acerca hacia mí con cautela como tendiendome la mano, invitando, proponiendo, sugiriendo compañía. El aire arde sobre mis ojos y enrojece mi mirada. Lo dejo estar. Me pica la garganta y el aire se escapa. La dejo quemar.

Poco a poco voy perdiendo la conciencia y la tenue luz del sol rojo se me aparece como a través de un túnel.  

Ruedo sobre la pendiente de la costa, tendida sobre el suelo y cada vez estoy más cerca del agua. Suspiro con pesadez y me dejo caer. La orilla del mar me absorbe y empieza a crecer. El vaivén de las olas abre la boca y engulle sin masticar. Ruge cada vez más fuerte sobre mis pies y con paciencia y constancia me toma como un bocado. Soy un terrón de azúcar sobre los labios líquidos del océano. Lentamente me vuelvo parte de algo más grande, más grande que mi corazón hinchado como una esponja marina. 

Me poso sobre un colchón de plumas y floto como Ofelia luego de que su padre asesinara a su amado. El agua inunda mis oídos y los versos del viento cesan. Se cuela por mi boca haciéndose paso entre mis muelas y el aire caliente y denso que pasaba por mi garganta se escapa a través de burbujas pequeñas y brillantes. Primero son mis costados, mis antebrazos y hombros, sigue por las puntas de mis pies y el revés de mis rodillas. Mis muñecas se van durmiendo y lo último,mis nudillos y meñiques. El agarre de las flores que sostenía contra mi pecho se afloja y las abandono con dulzura y nostalgia. Mis brazos naturalmente extendidos hacia la superficie amortiguan la velocidad de la caída, la dirección es clara y cercana a mis deseos.

Todo es silencio y calma, no hay apuro ni urgencia. No hay caídas libres ni choques abruptos. Encontré lo que buscaba y el abrazo de recibimiento es cálido y satisfactorio. En la ausencia de luz encuentro la paz.

Tengo sueños lúcidos sobre el mar todas las tardes de domingo. Suelen materializarse debajo de mis pestañas y me siento como una ninfa deshidratada. Soy una niña desprotegida, decido caminar de espaldas cerca del barranco y me encuentro con la soledad que se me clava en los lumbares como si de una daga se tratara. Finjo sorpresa, horror y desespero. Empujo hacia atrás para que el filo me atraviese y la columna choque contra el mango. Me mantengo ahí, inmóvil, mientras la sangre baja como un río sobre mi abdomen y comienza acumularse sobre el suelo. Si quisiera, podría chapotear con los pies. Entiendo que es el marque llama y gime por su deseo de presencia. Es domingo y son las seis de la tarde y hace días que quiero nadar.

Atrapada en una jaula árida de tierra seca sin poder beber ni una gota. Sangre, agua o barro, servirían por igual para calmar mi sed. Mi cuerpo del que antes brotaba metal, ahora solo expele humo. Si solo diera un paso más, sería por fin liberada. Pero la ira habita en mí y sé que aún no es momento. Podría agacharme, escarbar la tierra y chupar la humedad que existe entre las raíces. Grito, porque lo esperado se pierde en las nubes como el reflejo de la luna al mediodía.

Erguida y aún herida, inhalo con disciplina tanto como mis pulmones me lo permiten. Me quedo en silencio un momento y así lo puedo notar: no es hambre ni sed, insatisfacción o decepción. No es una sensibilidad desmesurada o inconsciente. Por primera vez noto cómo la brisa acomoda mi pelo detrás de mis orejas y hace bailar el vuelo de mi vestido. 

Lentamente me quito los zapatos y acomodo las plantas de los pies sobre la superficie rocosa y virgen como si fuera la primera vez. Exploro texturas y formas, todo es nuevo para mi porque esa es mi decisión. Con curiosidad y ternura extiendo las palmas de las manos en posición dispuesta. Percibo cómo la presión del aire cambia sobre el tacto y con los ojos cerrados me dejo llevar. Ya no siento la tierra bajo mis pies y la dirección del viento cambia. Comienzo a marearme pero no quiero abrir los ojos por miedo a perder la placentera sensación de calma. Es así como me mantengo y por un rato puedo sentir mi frecuencia cardíaca disminuir. Noto que mi torso se siente diferente y frente a esa extrañeza es que finalmente me permito abrir los ojos. Ahora me acerco al sol y mis deseos son de las nubes.


Catalina Pola (Argentina)

Nacida en la Patagonia argentina. Desde que tiene razón y memoria, la escritura fue siempre un canal donde pudo dejar fluir todos sus anhelos, recuerdos y expresiones artísticas. Tiene 23 años y actualmente estudia la carrera de Traductorado en Francés en la ciudad de Buenos Aires y ejerce como
profesora de inglés orientado a empresas de negocios.

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