Por Marco Panatonic
¿Hemos despertado?. Parece un nuevo día. Mi madre aún lucha con sus ansias de salir al patio a limpiar mientras aún está en cama. Hace dos horas que abrió los ojos. Piensa cómo será el futuro. El presente suena así. El ronquido de Bigotes. El crujido de la madera mientras mi tío camina en el primer piso. El agua atravesando el baño. Alguien que toca la puerta. Siempre hay sonidos que llaman la atención de mi madre. Y así configura lo que sucede en casa. Esas ansias de estar haciendo algo la llevan a tejer.
Cuando despierto me duele la espalda, como si me faltara dormir. A estas alturas mi madre tiene hambre y la cama le parece un lugar inestable. Ya hizo hervir agua, la deja reposando y se pregunta que será el desayuno. Mientras me levanto el mundo se me hace lento o muy rápido o mi flojera me detiene. En el patio continúa la vida, ay me duele la cabeza dice una voz casi familiar. Mami, apúrate pues. Una o varias carcajadas y mi madre extraña eso. Ese ambiente casi familiar del que se ha encargado día a día hasta hace una semana. Mi madre decide bajar al baño. Buenos días maestrito, ¿ya en la chamba?, pregunta. Coge agua en un porongo. Sube a nuestra habitación compartida, me saluda. Agarra la botella con agua caliente y entra de nuevo a la cama. Me cuenta sus preocupaciones y me las cuenta porque nos tenemos el uno al otro. Y este cambio le genera ansiedad. Sus ganas de hacer, preocuparse y cuidar de los demás, estar pendiente no se va a desvanecer fácilmente. Pareciera que le hubieran quitado algo.
El almuerzo está listo, todos lo disfrutan, espero que no quieran una presa, siempre tenemos tendencia a comer harto para sentirnos llenos. Conversamos que tenemos vacíos pero no basta. Necesitamos comer mucho para estar satisfechos. Comemos en silencio. Creo que no conozco a mi madre. Creo que no conozco a nadie de mi familia o me es difícil conocerlos. Pero su historia está ahí, si me mudo me voy a perder eso. Si me voy mi madre será la empleada de mi tío que trabaja, de mi tía que trabaja. A pesar que ella trabaja en la cocina, mi tío aún no la ve, mi tía la ve pero ella tiene un trabajo. Mi abuela mira nuestras acciones todos los días, cada paso que damos, piensa, rumia. Mi madre explota cada vez que no puede decir lo que piensa, es ofensiva, agresiva, duele. Duele saber que creció sin amor, que tampoco su madre recibió amor, que mamagrande fue entregada a mi abuelo una mañana, encerrada con mi abuelo para que vivieran juntos y queremos creer que fueron felices en su pobreza, queremos creer que así es la vida.
No hemos construido la capacidad de tener autoestima a pesar de la pobreza, a pesar que reconocemos el machismo, el racismo, el colonialismo, aún tenemos actitudes de esa naturaleza porque hemos crecido en ese medio, aún no nos hacemos responsables de muchas actitudes, a pesar de haber ido a la universidad, no basta. Ellos han atravesado un proceso que ni se lo han preguntado, a veces dicen que hubiera pasado si no hubiéramos salido de nuestros cerros. Qué hubiera pasado. Llameruwancha tiashawaq karan. Silencio. Hablan con indirectas, acumulan rabia, miedo. Heredé el miedo de mi madre.
La semana anterior tratamos deshacernos de los pequeños objetos que hemos recolectado con mi madre. Pensamos en la necesidad de un fogón, mi madre si que va a necesitar uno. Ahora que mudarse está en nuestros planes, me hago cargo de ella, de sus necesidades, de todas sus necesidades o de todas las que puedo. Y ella necesita un fogón en un patio para sentirse libre.
Ayer tomé la bicicleta y me fuí a casa de mi amigo. Mi madre me dice cuéntame. Al llegar a casa de mi amigo, todo parece nuevo le digo, aunque todo esté envejecido, es diferente. Maykon está desmantelando el negocio que ha montado para celebrar su cumpleaños. Ayudo a lavar papas y es inevitable recordar a Felipa, madre de Maykon, su ritmo, sus manos, su voz, ese movimiento que le da la madre al hogar, la forma en que las cosas se hacen, ella hace falta, no es lo mismo.
Sobre una pared pared han colocado impresiones de papel con imágenes, de ella, de la familia, cuatro hijos varones, dos hijas, el señor Doroteo. Sus sonrisas y su familia, me hacen sentir en casa, veo a Maykon mi amigo, cargando a su wawa y un pan wawa, ambos en brazos, esa especie de comparación, la celebración de tener una wawa en brazos y otra para comer, me imagino el sabor del pan, el cariño del padre y del hermano. La sonrisa de mamá Feli, está ahí, en algún lugar, pero la cocina no es la misma, el patio no es el mismo. Quien se encarga de la cocina ahora es la pareja de Maykon, y no es lo mismo, hay algo que falta, pero seguimos lavando las papas y llega el papá Doroteo, cansado.
Esperamos para comer, pero esto también es distinto, las papas secan al sol y preparamos aderezo para las papas y para el pollo. Ajo, orégano, pimienta, aceite y sal. Echamos el aderezo a las papas secas y batimos con las manos, no se siente tan pesado como en casa. Y así, los aderezos no son los mismos que mamá Feli prepara. Luz Marina, ha aprendido, otros aderezos más de clase media, más de supermercado, más fáciles, menos sabrosos, con sabor a clase media. El aderezo de mamá Feli llevaba el sabor de sus manos, el fogón de mamá Feli tiene su corazón.
Mamá Feli está en la memoria de la mesa, de la pared, del salero, de la radio vieja, pero el fogón ya no está, no están sus manos ni su voz, Luz Marina cuenta la ambición de una hermosa joven que llegó de su comunidad, llegó a casa de su madrina y la madrina vive de sus terrenos, aquí se vive diferente, de las regalías, de las rentas, entonces compramos terrenos porque antes no podíamos, antes nosotros los indios, no tenemos derecho a nada pero vivimos y sufrimos, cargamos la carencia en nuestras lliqllas y entramos a la universidad y no aprendemos nada y buscamos trabajo pero seguimos siendo indios para los demás y sacamos préstamos para construir casas de material noble, noble al dinero de los préstamos del banco. Pero no sabemos tantas cosas, aún nos pisan los talones, incluso nuestra familia y nuestra idiosincrasia.
Mientras lavo los platos y recuerdo la voz de mamá Feli, diciendo que no lave, diciendo gracias, diciendo quieres aumento y eso se siente en mi estómago, en mi corazón. La casa ha cambiado y me pregunto si mamá Feli no quería que cambie su cocina, el fogón, tal vez lo sabía y se peleaba, recuerdo las borracheras en su casa, en su cumpleaños, cuando cocinaba y tomaba hasta pelearse con sus hijos, con Doroteo, reclamándoles por ser tan cojudos, tan varones. Y se queda dormida con sabor a hojas de coca y cerveza cusqueña, saborea bailar y agradece a todos, por estar ahí, por comer, porque les ha servido el mejor plato y aun así sus comadres hablan, que me ha tocado una presa chiquitita con hueso encima, y que quieren llevarse y siempre hay una mejor presa, y es más rico, al día siguiente, pero tal vez no comen ese plato y lo dejan ahí, como despreciando la pobreza de mamá Feli. Carajo extraño el sabor de las manos de mamá Feli.
Espero no estar llevando a mi madre a un lugar que desconozco. Mi madre ¿Quién es? Alguien con quien me siento seguro. Ahora que la veo a diario empiezo a conocerla, porque no sé cómo son las personas. No me he dado el tiempo de conocerlas, en especial a mi madre, ella que siempre está ahí con todo su amor pero finalmente invisible. Mi machismo diré. Mientras hago el almuerzo, ella conversa con la psicóloga sobre su hermana. Se siente relajada después de esa conversación, justo antes de comer, me ve echar sal, su mirada se da cuenta que eché mucha sal. Y ella ya no tiene ganas de comer, pero la ensalada y la yuca equilibran el sabor.
Hace semanas que mi tía construye un cuarto nuevo donde vivirá ella y su hija, desde la cuarentena, están en casa y ha sido conflictivo, mi madre ha recibido un rotundo: No te metas, metete, metiche. Palabras que cruzan nuestra vida, mi prima también lo ha dicho. Y mi madre me cuenta sus preocupaciones, converso con ella porque no puede dormir. Hablar mal del otro me pone en una situación en la que cuestiono mi educación, si es uno más educado deja de hacer cosas. O establece sus criterios de relación. Mi madre no está en casa ahora. Mi tía estuvo construyendo con ayuda extra, la veo repitiendo actitudes machistas a mi prima, las veo y no debo meterme.
El otro día, fui al mercado, al volver mi prima estaba sentada en un rincón, bajoneada, sin hablar, con toda su adolescencia encima. Luego se va afuera. ¿Y dónde está? No sé por qué pero pienso que podría suicidarse. Voy a la calle y está sentada rasgando astillas de los troncos que soportan el techo de la casita nueva. Y me acerco. Le digo, por eso no deberías decir: No te metas, metete, metiche. Siempre vas a necesitar que alguien te reconforte, una voz amable. Mira triste el suelo polvoriento tratando de descifrar su vida.
No he ayudado en nada, ni en destruir la casa antigua, en cierto modo el pasado, el pasado de mi tía y de algunas personas que vivieron ahí. El pasado pesa tanto que la tierra de la que están hechas los adobes, son tan duros y tan débiles que veo la fuerza de mi abuelo y de mis tíos caer de alguna manera. Hay cosas acumuladas que ahora se hacen inservibles. Los días me han hecho saber que el día sábado finalmente se terminará. El techamiento me interesa, además creo que es el día más necesario de ayuda. Soporte, es lo que mi tía necesita, es un aprendizaje para todos, nos hemos alejado de algunas costumbres, una especie de desclasamiento sazonado por prejuicios. Hoy me he levantado y he dicho que el techamiento es político, súper político, de cómo construyes una casa, de como recuperas la tierra ¿Qué representa la casa como parte de nuestra historia en este pedazo de continente llamado Perú? Entonces me visto como obrero. Ojotas, tendrían que ver las ojotas. Hay comida pero es muy temprano, mi estómago no está preparado. Están el maestro, Alberto, mi primo, mi prima y mi tía, comen. Vamos a empezar el trabajo. Mi tía dice después que mi primo se fue, que será un buen día porque si visita varón, es bueno. Pensé en algún momento que mi tía me diría no me ayudes no quiero tu ayuda, nos enfrentamos, pero no sucede, ya tenía previsto un contradiscurso. Mientras golpeo clavos me saco sangre pero me siento bien de hacer algo, de aprender esto que nadie me enseñó, pienso que mi madre al ser ella no fue incluida en cosas, y su hijo queda relegado a otro espacio, no de varones obviamente.
Ahora para mí también las cosas han cambiado y no sé por dónde seguir, parece difícil, también necesito alguien con quien conversar, pero ahora todos están ocupados con ellos mismos. En la mañana de hoy, he hecho remojar las ropas para lavarlas. Mi tía teje, aprende a tejer bajo la mirada de mi abuela. Mi madre lava sus ropas y hace el almuerzo. Mi tío, ayuda. Pequeñas cosas. Termino de lavar la ropa y voy a la cocina, junto a mi madre terminamos de preparar el almuerzo. Mi tía y mi madre sienten la necesidad de tener un pedazo de carne siempre en el plato, mi tío siempre compra las verduras más grandes que encuentra, mi tía también, parece que calman carencias, necesidades de su vida. Mi tía habla con cariño con mamagrande y con frialdad y agresividad con mi prima. Hay una mirada conservadora en ella, hay machismo en ellas, a mi prima le exigen muchas cosas, ella llora. Dicen: Te vamos a mandar a casa hogar. Ambas aprueban. Intervengo y mi tía responde. A que se meten, si no saben. Cuando hayan educado bien a una persona, se meten. Mi madre está entrando en esa corriente y esto va a explotar en algún momento.
Construir una casa significa mucho. Quedarse en ese lugar. Acostumbrarse.
El otro día salimos con mi tío para estar lejos de casa. Para estar lejos del humor hogareño, cocinamos cuyes en una nueva olla a presión, nuestro nuevo acompañante para batallar el día a día. Fuimos con Bigotes en el auto de mi tío. Mamagrade se puso mal y no fue con nosotros, comimos en el auto mirando el atardecer, ahí disfrutamos la comida. Disfrutamos la comida después de una semana medio jodida. Y esa tarde siento que fue como una despedida del estilo de convivencia que tuvimos en familia. Ahora mi madre mira por la ventana.
Sobre el autor: «Marco Panatonic (Chumbivilcas, 1988). Quechuahablante. Me gusta cocinar. Me interesa seguir aprendiendo cine, carpintería y escritura.