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Escritura

La casa por la ventana

by adm1n_IyP febrero 2, 2021

Por Esperanza Fuentes

No podré aburrirme de la palabra Parral

hasta que acabe de desahogarme.

He vuelto,

aquí estoy

oyendo los perdones salir de la boca de mi madre con cada paso que da.

¿Puedo reconciliarme con la palabra escrita si nunca la he leído de una parralina?

Hilar palabra por palabra

en un universo de palabras 

que yo no inventé

pero que sí escogí.

Yo tengo la aguja

la saco de mi garganta con delicadeza

Me bordo plumas

Apuesto a que con cada palabra que saco

disminuye el dolor de cabeza 

que me da el ahogo del encierro

y el olor a pachulí de los inciensos que alguien prende en la mesa del comedor.

Esta es mi pieza

hay algo que la mantiene unida a la casa

y es ese olor.

Tengo que escoger entre aguantarlo

o abrir la ventana y ventilar, pero sentir el frío.

Algo así es, para mí, la escritura

Me abro las entrañas para que el viento cambie el aire

o me ahogo entre las cenizas.

Abro la ventana

y corro el riesgo de lanzarme, 

de que las cien aves ocultas salgan volando de mi cuarto

o peor

que sea mentira y no haya ninguna.

Por eso no la abro tanto

no la abro hace tiempo

me asusta que se esfumen con mis ideas

que salgan todas

y me dejen solx.

El ave quiere salir

mi pulsión de gritar es atraída por el papel

cada letra un respiro.

II

El viento trae el llamado santiaguino a cacerolear

porque en Chile se nos pegotean tantos dolores.

A mí me hierve la sangre porque aquí parece como si a nadie le importara.

No hay convocatorias en la cuna de Neruda, no hay convocatorias en la tierra de Colonia Dignidad, no hay convocatorias en la tierra del femicidio de Uberlinda Leiva, cuyo cuerpo acabó flotando en el río. 

¿Dónde está la rabia?

Me autoconvoco a cacerolear al techo 

mar de zinc 

que me devuelve 

el eco.

Caceroleo al vacío

¿alguien oye además de mí?

La primera persona que oye la cacerola es siempre una misma.

La protesta es contra mí, también. 

Hazte caso

da valor a tu grito

que el viento acarrea los mensajes

y el  llamado es atendido 

unas casas más allá.

Me gustaría escribir que durante este ritual nocturno

se han sumado cientos de ollas 

pero no.

Somos dos extrañas

caceroleando al silencio

caceroleando al vacío

caceroleando a la luna

por dejarnos atrapadas

donde penan sólo las ánimas.

III

Mi madre fue quien descubrió que podemos subir al techo

Ha dejado la escalera a mano

así que comenzamos a hacer la vida ahí.

Anhelamos la soledad por un rato,

para ella nunca hubo cuarto propio.

Subiré mi colchón

nos mudaremos al techo

pondremos maceteros con flores

y tomaremos el té de media tarde.

Pero papá nos paró en seco la fantasía.

Que es peligroso, que no nos podemos subir en pantuflas

y es solo entonces que recuerdo mis once años, con mi hermano de ocho

cuando descubrimos que del techo de mi abuela 

podíamos saltar hacia el  colchón de hojas acumuladas por los árboles.

Pasamos largas tardes 

saltando una y otra vez cielo abajo:

Uno. Contener la inhalación

Dos. Tomar impulso

Tres. Contraer los músculos

Cuatro. Punta de pies

Cinco. Saltar 

sin mirar abajo

a veces,  gritar.

Con los ojos cerrados quizás volaremos.

Pero la tía Ceci nos pilló

nos bajó de un ala 

y escondió la escalera.

Hoy he vuelto a subir. 

Aquí estoy más cerca de la nebulosa que enrojece mis mejillas por el frío.

Se ha cortado el agua de la llave

he bebido  lluvia que recolecté

y he tragado tierra

con el nudo de mi garganta.

He vertido 

lágrimas tibias 

como quien toma una poción 

para lograr sacar las penas

que me cristaliza

la brutalidad 

en que vivimos.

Como canta la Sara Hebe,

tengo tantos muertos a mi alrededor

que no sé para qué lado llorar. 

Crecer aquí es aprender a aguantar el llanto

porque si una abre esa triste puerta

entonces no habrá represa

capaz de contener esa angustia que llevamos todas a cuestas.

¿Cuántas muertas se sumarán este invierno?

¿cuántas muertes sumará el encierro  en casa?

Podría cacerolear todos los días

podría cacerolear una vida entera

pero no quiero pedir más nada al Estado,

es defraudarse de antemano, 

no tiene nada que yo quiera

nunca voy a estar conforme con lo que ofrezca

ni será suficiente reparación.

¿A quién le exigimos justicia, entonces?

¿Qué pasa si todas llevamos nuestros colchones al techo?

nos  disecamos

o nos transformamos en bandada


Esperanza Fuentes:

Esperanza Fuentes (Parral, 1999). Me interesa escribir desde el lugar en que mis pies tocan la tierra. 

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