Por Patricia Chuquiano
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Empieza la vida sobre una orilla ausente. No hay texturas para envolverse en su energía y tampoco pistas para hallarla. Quedan registros efímeros sobre memorias que van cediendo protagonismo. Se confunden los anhelos entre las capas de sus pesadillas y se (re)agendan los viajes de regreso por las quemaduras que deja el renacimiento de los destellos.
I
Está sumergida en el aliento ardiente del medio dormir, escuchando los ecos de su propia respiración. Todo se ha detenido y pronto su memoria siente la atracción del ritmo interno, el suspiro que paraliza la exhalación y que la empuja a reunirse con sus diferentes voces. En otro nivel de la superficie, el vapor de un café en espera se devuelve sobre ella, humedeciendo los pasos de su energía y materializando su recorrido nocturno en la búsqueda del sentido.
Antes del viaje, el caos de las agujas del tiempo le genera una arritmia, empujándola a caminar por la inestabilidad de senderos difusos. Pronto, percibe que sus pies se convierten en plomo, el peso la detiene, pero también la reta a patinar sobre esta nueva condición. Tras un intento fallido, apunta con su mirada para detener la mutación, pero se da cuenta que su reacción es tardía y que se ha convertido en el blanco de los cuerpos que emanan de su propia esencia.
II
Se despierta caminando a ciegas en una calle desolada, sostiene una mochila grávida y la sensación de una espera vencida. Percibe el olor de un paseo familiar, pero sin el calor de los vínculos. A lo lejos, la golpea un viento gélido acompañado de los ecos de un pasado ilusorio que le trazan la ruta.
- No te duermas, aún debemos caminar hacia el balneario.
Su cuerpo se vuelve a sumergir para despertarse en la ondulación de una playa amigable. A lo lejos lo ve, leyendo el periódico, recostado sobre las piedras de la orilla. Por momentos, el agua lo alcanza y se acomoda para no mojarse. Él sostiene la mirada hacia ella y le da la seguridad para emprender una exploración hacia la playa vecina.
III
La rutina la ata al vaivén del trayecto y pronto ha perdido la mirada protectora anclada a la orilla. El miedo hacia lo desconocido se va disipando en el ritmo placentero de una corriente de resaca, pero en el camino se encuentra nuevamente con él, sentado sobre una balsa, avanzando hacia una dirección contraria. Sin reconocerlo, solo un pendiente confuso se libera tras el encuentro y una voz interna le da un mensaje:
- En las Ninfas ya no hay orilla, no puedes volver…
La confusión se disipa en el rostro del transeúnte flotante. El placer se acaba para dar paso a la misión de alcanzarlo, pero el viento se intensifica, separándolos cada vez más. Grita su nombre, aún cuando el agua invade toda su tráquea, pero él no voltea y desaparece tras la niebla. Ya con la ida concretada solo le queda el ahogamiento tras el llamado, este se intensifica y pronto está bajo un techo frío, en compañía de una garúa invernal que rebota sobre su ventana.
IV
Tras acabarse la excesiva ensoñación, su cuerpo se desborda debajo de las sábanas aferrándose a los destellos de la oscuridad. Pronto, siente las ataduras de una visita inmaterial que la absorbe y pretende inmovilizarla. Aunque asume que debe luchar, la presencia inmoviliza sus músculos forzando una muestra involuntaria de sumisión.
Se queda atrapada entre el sueño y la consciencia, con la garganta bloqueada y un calambre familiar en el cuerpo que la sumerge en la desesperación del encierro. Grita, pero sólo percibe las vibraciones en su cerebro. Tras unos minutos, una alarma olvidada detiene el encuentro, los destellos cambian de naturaleza y se reinicia el tiempo.