Santa Jimena, respóndeme las preguntas que no puedo conjurar. Ayúdame con tu grito silencioso a curar el vacío que existe entre las paredes. Empuja las puertas y ábrelas con la suavidad de tus almohadas y permíteme dormir en tu templado y largo cuerpo mientras me enrollas de seguridad. Despiértame en las madrugadas con tu insistencia hambrienta. No permitas que me olvide de ti, de tus largos saltos y tu acostumbrado estado de alerta. Dame tu sensibilidad auditiva, y haz que me crezcan los ojos para ver más allá, como tú en las noches, como tú en el desorden en el que te permito existir.
Santa Jimena, llena de alimentos esta casa, enséñame a cazar las pesadillas de la ansiedad, el frío de las sábanas y protege esta casa, tu casa, con tu cuerpo. Llena de tranquilidad mi suplicio, levanta tu cola ante mí, y no me dejes caer en la locura. Tengo tantas ideas que no puedo conectar, que no existen en lo material, que no están en nadie más. Sé mi cómplice en la pandemia y arranca con tus garras esos bucles que aterrizan en mí, con tu delicadeza enséñame a caer de pie, a girar con precaución y a medir mis pasos en este desastre.
Santa Jimena, ronronéame hasta poder dormir, acuéstate sobre mí. Escóndete conmigo de mí mismo. Mírame con lentitud, estírame sobre el acolchado y amásame los miedos hasta quitarlos todos, hasta quitar hasta la última masculinidad escondida en mis aposentos. Llena de tu energía felina esta forma que habito, que no quiero ser más yo, sino que tú, para hoy y para siempre, juntos bajo la lluvia, en el tejado, con esa verdadera libertad que sólo tú, estoy seguro, conoces.